En esta segunda etapa de éste universo paralelo, la autora explora en los rincones más íntimos de su ser, plasmando todo lo que es, pero también todo lo que puede llegar a ser. Es un espacio donde su alma se transparenta al grado de que la reciente racionalidad que ha adquirido durante los últimos años se mezcla con su mundo de fantasía, creando lo que ella define como "una mágica realidad". Sean pues bienvenidos...

03 enero 2010

El Andariego

Es la hora en que la recién fallecida mañana ha dejado en el aire una quietud total. Los coches pasan a larga distancia uno de otro por las calles soleadas a mediodía, dejando unos minutos de silencio para poder escuchar los pasos y risas de estudiantes, quienes, de igual manera, se van alejando hasta que sus voces se pierden en la tranquilidad vespertina.

Un sonido rompe la voz del viento. Es la melodía proveniente del silbato que se oye a lo lejos. El instrumento emana una tonada melancólica, inconfundible, sola y única. Lo ejecuta un hombre que camina por la banqueta; entrado en edad, de baja estatura, tez morena, cabello y barbas canas, ataviado con suéter, gorra y pantalón de mezclilla percudido. En sus manos lleva un bastón, el silbato y una cajita de metal con manivela y disco de piedra; sin embargo, más allá de cargar con todo ese instrumental de trabajo, en sus manos lleva el centenario oficio del afilador de cuchillos.

Al salir a su encuentro, el señor dibuja una sonrisa y accede a conversar. Su nombre es Refugio Rivera, oriundo de León, Guanajuato, de 72 años de vida y 60 dedicados al oficio que su padre le heredó desde niño. Don Refugio cuenta acerca de su amor profundo hacia el oficio que ejerce y que procura siempre realizar con esmero y voluntad.

¿Que si disfruta su trabajo más que cuando comenzó como aprendiz? “Sin duda alguna, incluso hoy más que ayer, pues a este oficio le debo todo. Y espero que este trabajo me dure hasta que yo me muera. Si acaso el oficio se llega a terminar antes que yo me vaya, entonces no me quedará mas que sentarme en una esquina a pedir limosna”

Sin hacer un alto, el oficiante guanajuatense recuerda sus primeros años en la capital michoacana, en el año de 1957. Su relato gira en torno a su experiencia de haber compartido su oficio junto con otros 18 afiladores, con quienes se reunía todos los días en la plaza del Carmen. Partían en las mañanas por diferentes rutas para, luego, congregarse de nuevo por la tarde e intercambiar comentarios acerca de la jornada laboral.

En un esfuerzo por expresar un nuevo enunciado, a don Refugio se le quiebra la voz y los ojos se le ponen cristalinos. Entonces logra expresar pausadamente: “Hoy quisiera juntarme de nuevo con ellos, pero ya se fueron muchos. Más de la mitad de mis amigos han fallecido y los que quedan ya casi no los veo y cuando lo hago me dicen que han dejado el oficio por otro empleo que les deja más”.

Caminante de toda la vida, don Refugio inicia su trabajo diario desde las nueve de la mañana hasta las cinco de la tarde, con su ruta trazada que comienza en plaza del Carmen, y finaliza en el cuartel militar de Avenida Acueducto. “Cuando termino de trabajar, voy y me siento a descansar a la Plaza de Armas. Ahí me encuentran desde las seis de la tarde a los pies del monumento a Benito Juárez. En cuanto comienza a oscurecer me regreso a mi casa pues mi mamá me dice que estoy muy chiquito para andar en la calle a altas horas de la noche”, bromea el señor oficiante, con una sonrisa franca y mirada luminosa.

Don Refugio se tiene que ir y seguir con su trabajo, pero antes de marcharse añade un comentario con la mirada en el piso, mientras se acomoda la cachucha: “Apoyen a los afiladores, cuando los oigan venir desde lejos con el sonido de su silbato, denles trabajo, por mínimo que sea. Un cuchillo, una tijera, eso es una ayuda para todos nosotros”.

Recoge su equipo de trabajo y sale de la sombra para quedar expuesto a los rayos solares que ya calientan con más intensidad. Se despide amable para reanudar la caminata. La melodía del silbato vuelve a escucharse y cuando se detiene, sus pasos llenan el momentáneo silencio. Don Refugio camina rápido y su silueta se va haciendo cada vez más pequeña conforme avanza calle arriba hasta desaparecer en la profundidad del Bosque Cuauhtémoc...

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