Modus Vivendi

En diversas ocasiones me han cuestionado sobre el porqué me gusta tanto escribir... Para esas personas e incluso, para mi misma, he aquí la respuesta:
Escribir es un enfrentamiento con la vida, una constante que va más allá de la simple acumulación de palabras, más que mi siempre vano intento de dominar las reglas básicas de la gramática. Es una actitud, un torrente donde se deslizan las pasiones, los sentidos, el sentimiento más limpio o más oscuro, la personalidad de quien teclea y la fascinación por congeniar con otro yo que termina por ser ese uno escondido. Se mira el mundo de otra manera, más intima, más riesgosa, se explora, se tira el escritor en el abismo, en el fondo de las cosas, se padece, se goza, se liberan los demonios, se sufre cuando no hay nada que decir y sin embargo la ansiedad es la misma. Escribir es nostalgia, una lucha implacable contra el tiempo, contra el pasado, contra los recuerdos, se quiere poner en paz el antes y encontrar un mejor después, entregar cuentas de nuestras acciones, cerrar ciclos y abrir otros. Quien escribe ingresa en la complejidad para procurar un poco de orden, un pedazo de explicación, una certeza. Nunca estará contento, nunca atrapará más de un instante, una fugacidad que podría llamarse Macondo o Santamaría, Comala, México, París, Nueva York o Buenos Aires. La escritura es una brevedad que sin embargo amplifica la vivencia, genera ecos que se quedan en el oído, en la sutil comparecencia de algo que nos parece un todo. Contradictorio, si, ambicioso, también. Emocionante siempre.